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quijotediscipulo | SANCHO GOBERNADOR DE UNA ÍNSULA

LA DECISIÓN TRAS LA ELECCIÓN INTELECTUAL , ACTO ELICITO DE LA VOLUNTAD.

Como dijimos en el tema anterior siguiendo a Tomás de Aquino la voluntad es la potencia apetitiva humana que sigue a un conocimiento de orden intelectual, este seguimiento no determina la superioridad del entendimiento sobre la voluntad, pues Santo Tomás, siguiendo a su maestro Alberto Magno,  afirma que ningún acto humano  puede ser realizado si  previamente no es querido, el mismo acto del entendimiento previo a la decisión de la voluntad deber ser querido por ésta que lo mueve a pensar. 

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EL APETITO SENSITIVO.

En la persona humana existe otra potencia apetitiva que se denomina apetito sensitivo, es una potencia que sigue a una aprehensión llevada a cabo por los sentidos. Ciertamente, la diferencia entre ambas potencias  o apetitos está determinada por la diversa índole de los objetos de las potencias cognitivas correspondientes: “puesto que lo captado por el intelecto es de distinto género que lo captado por los sentidos, en consecuencia el apetito intelectivo es otra potencia distinta del apetito sensitivo”. Así pues, expresada concisamente, la correlación es ésta: la voluntad corresponde al entendimiento como la sensualidad corresponde a la sensibilidad. El objeto propio de toda potencia apetitiva es el bien: lo que es o parece bueno. Pues bien, Tomás distingue entre los bienes particulares, objeto de la sensualidad, y el bien universal, objeto de la voluntad: “pues el apetito sensitivo es del bien particular, pero la voluntad es del bien universal»(cfr. S. Th., I, q. 59, a. 1); así como también la sensibilidad aprehende los objetos singulares, mientras que el intelecto aprehende los universales” Es obvio que la voluntad se inclina también hacia bienes particulares, pero bajo la razón formal de bien universal. Ambos apetitos difieren, pues, en su objeto, pero también en su naturaleza.

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EL APETITO IRASCIBLE.

Siguiendo a dos Padres orientales, Gregorio de Nisa y Juan de Damasco, Tomás distingue, en la sensualidad, dos potencias apetitivas, y las designa con nombres tomados de la tradición filosófica, que son de origen platónico: “Gregorio de Nisa y el Damasceno sitúan dos potencias, la irascible y la concupiscible, como partes del apetito sensitivo”592. Y precisa: “el apetito sensitivo es una facultad genérica llamada ‘sensualidad’, pero dividida en dos potencias, que son especies del apetito sensitivo: la irascible y la concupiscible”593. El Aquinate las define así: a) la concupiscible, “por la que el alma está inclinada simplemente a conseguir lo que es bueno y conveniente en el orden sensible y a rehuir lo perjudicial”; y b) la irascible, “cuyo objeto es el bien que  denominamos lo arduo, difícil, porque tiende a superar lo adverso y a prevalecer sobre ello”

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El apetito concupiscible y el irascible están sometidos a la razón y a la voluntad: “el [apetito] irascible y el concupiscible obedecen a la parte superior [del alma], en la que residen el entendimiento o la razón y la voluntad, de dos modos: de un modo, con respecto a la razón; de otro, con respecto a la voluntad”. Así pues, el apetito sensitivo está sometido, en el hombre, al apetito racional: “el apetito superior rige al apetito inferior; y, del mismo modo, el intelecto juzga acerca de lo que aprehenden los sentidos”. En efecto, “el apetito sensitivo se subordina a la voluntad en orden a la ejecución, que se lleva a cabo mediante la fuerza motriz (de la voluntad). En los animales, al apetito concupiscible e irascible le sigue inmediatamente el movimiento; por ejemplo, la oveja, que huye inmediatamente por temor al lobo. Esto es así, porque no hay en ellos un apetito superior que le contradiga. En cambio, el hombre no se mueve inmediatamente impulsado por el apetito irascible y el concupiscible, sino que espera el mandato (imperium) de la voluntad, que es el apetito superior. (…) Por eso, el apetito inferior no es suficiente para mover [al hombre], si no lo consiente el superior. LOS APETITOS SENSIBLES ESTÁN TAMBIÉN SOMETIDOS A LA VOLUNTAD

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LA VOLUNTAD Y SU DOMINIO.

Aristóteles en el libro III del De anima: ‘el apetito superior mueve al inferior como la esfera superior a la inferior’597”598. Así pues, la voluntad humana es imperativa: impera, manda, ordena. Sin embargo, Tomás de Aquino, atento a la experiencia humana y siguiendo también a su maestro griego, reconoce sin paliativo alguno que el apetito sensible, aunque sometido, suele oponer resistencia a la razón, puesto que aquél “tiene algo propio (aliquid proprium: una cierta autonomía’) que le permite enfrentarse al imperio de la razón” la cual lo gobierna y ordena no con un “poder despótico” o tiránico (como el alma puede dominar al cuerpo), sino con un “poder político”600.En efecto, “experimentamos que el irascible o el concupiscible se opone a la razón; porque percibimos o imaginamos algo deleitable que la razón prohibe, o [algo] arduo que la razón prescribe (o aconseja). Por eso, la resistencia que el irascible y el concupiscible oponen a la razón no excluye que le estén sometidos”: que estén sometidos al imperio de la razón y de la voluntad. Además, Tomás observa que, cuando la razón prescribe u ordena algo, lo hace mediante la voluntad: “la razón ordena mediante la voluntad, en cuanto dispone que algo ha de hacerse”

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LA FELICIDAD HUMANA COMO MOTOR ÚLTIMO DE LA VOLUNTAD.

Pero ahora es menester centrarse de nuevo en la voluntad como potencia apetitiva racional. Como ya se ha señalado, la voluntad o apetito espiritual es netamente distinta de la sensualidad y superior a ella. Y este “apetito superior” es peculiar y específico del ser humano. Tiene como objeto natural el bien, lo bueno en cuanto tal: “naturalmente, la voluntad tiene inclinación al bien”. Y tiene como fin último la felicidad o bienaventuranza (beatitudo) de la persona humana propia, a la cual está también naturalmente inclinada. La voluntad es, pues, principio del anhelo de felicidad que es inherente a la persona humana. En efecto, “la voluntad quiere naturalmente y por necesidad la felicidad, y nadie puede querer su propia miseria”. Ahora bien, esta “necesidad” no menoscaba en modo alguno la libertad del querer humano.

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LA VOLUNTAD NO ESTA DETERMINADA POR NINGÚN BIEN EN PARTICULAR.

“Su objeto es el bien universal”, y de ahí se sigue una consecuencia clara: “como el objeto de la voluntad es el bien universal, todo lo que se contiene bajo la razón formal de bien puede caer bajo un acto de la voluntad”. En efecto, “la voluntad no puede tender hacia algo si no es bajo la razón de bien. Pero, como el bien es múltiple, por eso no está determinada por necesidad a uno (a un bien particular)”. Así, como hay una gran diversidad de bienes particulares, “el apetito intelectivo, esto es, la voluntad, puede ser movido por diversos objetos y no necesariamente por uno solo”, aunque no está subordinado a ninguno de ellos: “como la posibilidad de la voluntad es respecto del bien universal y perfecto, toda su posibilidad no está subordinada a algún bien particular. Y, por eso, la voluntad no es movida necesariamente por ningún bien particular.

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TODO EL HOMBRE SE PERFECCIONA.

La parte apetitiva o afectiva del alma se perfecciona en la volición del bien: “así como la parte intelectiva (del alma) se perfecciona en el conocimiento de la verdad, así la parte afectiva se perfecciona en la volición del bien. Ahora bien, conocer la verdad es deseado naturalmente por todos: porque ‘todos los hombres por naturaleza desean saber’, como dice el Filósofo. Por consiguiente, querer el bien es connatural al hombre”. Al perfeccionarse ambas “partes” del alma, es todo el hombre el que, como tal, crece y se perfecciona, puesto que, en la visión del Aquinate, aun teniendo el alma diversas potencias y aun siendo el hombre un ser compuesto”, es también profundamente unitario.

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TODAS LAS COSAS APETECEN EL BIEN.

Pero el hombre no es la única criatura que apetece naturalmente el bien: “todas las cosas apetecen el bien: no sólo las que tienen conocimiento, sino también las que están privadas de conocimiento”. Y cita la célebre tesis de Aristóteles: “‘el bien es lo que todas las cosas apetecen’, como el Filósofo muy bien dice en el libro I de la Ética”. El bien es, pues, aquello a lo que todas las cosas tienden.

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CONOCIDO Y AMADO.

Relaciones entre entendimiento y voluntad. Por otra parte, del texto citado más arriba (S. Th., I, q. 80, a. 1, co.) puede inferirse también que el aprehender o conocer precede (como condición de posibilidad o sine qua non) al apetecer: sólo se puede desear, querer, amar lo que de algún modo se ha conocido: nihil volitum quin praecognitum, nada se quiere sin haberlo conocido previamente. Dicho de otro modo: “algo no se amaría, si no fuera conocido de algún modo”. Por consiguiente, el querer sigue al conocer, y “el afecto (…) no puede tender, por el deseo, hacia algo que el intelecto antes no ha aprehendido”. En este sentido, “no puede ser ni entenderse que el amor sea de algo que no esté preconcebido en el intelecto; por lo cual cualquier amor es a partir de algún verbo, hablando del amor en la naturaleza intelectual”. Tomás encuentra esta tesis clásica, referida al amor, en Agustín de Hipona: “Agustín prueba, en el libro X (cap. 1) del De Trinitate, que nadie puede amar algo desconocido” 

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EL MISMO OBJETO ES CONOCIDO Y AMADO.

Y, tomando pie en esa tesis agustiniana, sostiene que el conocimiento es, en cierto sentido, la causa del amor. En cuanto al objeto de ambas operaciones (aprehender y apetecer; conocer y amar), es formalmente diverso, aunque sea materialmente el mismo: “lo que se aprehende y es apetecido, es lo mismo en el sujeto (subiecto), pero con formalidad distinta. Pues es aprehendido en cuanto ser sensible o inteligible. En cambio, es apetecido en cuanto conveniente o bueno. Para que haya diversidad de potencias, se requiere una diversidad formal en los objetos, pero no una diversidad material”

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EL ENTENDIMIENTO PROPONE LO BUENO Y LA VOLUNTAD LO AMA.

En todo caso, “la potencia apetitiva está en todos proporcionada a la cognoscitiva, por la cual aquélla es movida como el móvil por el motor. Pues el apetito sensitivo es del bien particular, mientras que la voluntad es del bien universal, como antes se ha dicho (S. Th., I, q. 59, a. 1); así como también la sensibilidad es de los objetos singulares, pero el intelecto es de los universales”. Por consiguiente, el apetito sensitivo es movido por la sensibilidad, mientras que la voluntad es movida por la potencia cognoscitiva superior (el entendimiento). Es movida por ésta en el sentido de que la voluntad se inclina hacia lo que el entendimiento le propone como bueno.

La intención

LA INTENCIÓN 

El poder o potencia apetitiva del alma (vis animae appetitiva) puede ser definida como la capacidad de (o aptitud para) tender hacia los objetos de su conocimiento. Es una capacidad o aptitud inherente y connatural al “alma sensitiva” del animal y al alma humana. Esa intencionalidad es una característica esencial de la potencia apetitiva y, en particular, de la voluntad: ésta es intencional y tiene una intencionalidad de alteridad. Precisamente, en el artículo 13 de la cuestión 22 De veritate, Tomás se pregunta “si la intención  (intentio) es un acto de la voluntad”, y da una respuesta afirmativa. La intencionalidad  propia de la voluntad, Es una de las propiedades esenciales de la voluntad.

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LA TRASCENDENCIA HUMANA.

Conclusión .Ya se ha contemplado la “emergencia” de la voluntad en el pensamiento del Aquinate: se ha planteado el problema en sus términos y en su marco teórico. Este marco teórico es, básicamente, el que le proporciona la psicología y antropología de Aristóteles, pieza fundamental de la síntesis tomista sobre la voluntad. Y no puede olvidarse que el filósofo griego contempla al hombre, en primera instancia, como un viviente que tiene lógos. Sin embargo, sería un error interpretar que, según Aristóteles y sus discípulos (incluido Tomás), el hombre no es, a fin de cuentas, más que un animal, aunque se trate del más perfecto (o “evolucionado”) de todos. Esto lo piensan muchas personas a comienzos del s. XXI. En la filosofía cristiana y, en particular, “en la antropología tomista, el hombre aparece como un ser personal con capacidad de conocer y de amar, de trascenderse a sí mismo, y llamado, por ello, a tender a la verdad y al bien absolutos. El hombre –la persona– se relaciona intrínsecamente con lo que está más allá de él mismo, y por eso su libertad no se limita a elegir unos medios concretos para llegar a un fin que le viene impuesto. El hombre es capaz de decidir sobre su vida, sobre el sentido que ha de darle, y por eso puede también fracasar”658, malograr su vida. En este capítulo se ha intentado dilucidar la emergencia de la voluntad como potencia apetitiva y operativa del alma humana.

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